Como les adelanté el viernes, les dejo la reseña de la escritora Lidia Blanco analizando El mar y la serpiente.
La consigna consiste en que construyan una entrevista de no menos de 5 preguntas a esta autora que pueda ser respondida con el contenido del texto. El formato que deben respetar es el mismo que observamos en la entrevista a Norma Huidobro de la página 148 del manual. Por lo tanto, debe tener un título, una breve descripción que presente al entrevistado debajo, y la entrevista propiamente dicha a continuación, respetando las marcas de diferenciación de entrevistador y entrevistado.
¡Les va a salir genial! Nos reencontramos en viernes.
Cariños,
Prof. Nazarena Martínez.
El mar y la serpiente
Paula Bombara
Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2005. Colección Zona libre.
Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2005. Colección Zona libre.
"El dolor
reclama justicia. El dolor reclama la verdad.
Para los antiguos griegos el antónimo de olvido
no era memoria, era verdad."
Juan Gelman
Para los antiguos griegos el antónimo de olvido
no era memoria, era verdad."
Juan Gelman
La novela de
Paula Bombara se inicia indudablemente en la tapa, de cuidadoso diseño, en la
que aparece un primer plano de una niña pequeña con un libro abierto, sumamente
concentrada en el objetivo de desenmarañar su significado. En el fondo, una
biblioteca, y allí el título de esta novela para jóvenes: El mar y la
serpiente. Ese título dibujado con la desprolijidad propia de la
escritura en una servilleta, en un papelito, es una invitación a descifrar este
enigma: una niña, una biblioteca, un mar, una serpiente, elementos que
naturalmente no imaginamos relacionados. Se trata tal vez de un rompecabezas,
un mapa semántico para descifrar, y ese es el desafío del texto. Como la niña
de la tapa el lector abrirá este libro y allí la encontrará con sus frágiles
frases infantiles anunciando su historia y proponiéndonos ese trabajo: armar su
historia.
La novela se
compone de tres partes que definen a través de la construcción discursiva los
cambios en el crecimiento de la protagonista desde su primera infancia hasta la
adolescencia. Los diferentes niveles del lenguaje han logrado un ajuste
admirable con las características propias de estas etapas evolutivas. Es el
lenguaje el que va colocando y sacando piezas del mapa semántico hasta llegar
al escenario final en el que cada personaje ha encontrado su lugar y su sentido
dentro del texto. En este proceso la protagonista va componiendo su identidad,
crece desde adentro y cuando logra descifrar quién es en verdad y puede
decirlo, encuentra un sentido a su existencia, recupera armonía y se convierte
en un sujeto social.
La primera
parte se anuncia con el título "La niña" y pone en movimiento su
palabra que es a la vez su universo cognitivo, su primer contacto con los
enunciados de su madre que responde a sus preguntas que dan comienzo a la
historia: la desaparición del padre.
"Digo ¿y papá?
Me dice, no sé.
Papá se fue en bici.
Papá se perdió.
Digo, ¿papá se perdió?
Mamá me mira. No habla. Le cae mucha agua de los ojos."
Me dice, no sé.
Papá se fue en bici.
Papá se perdió.
Digo, ¿papá se perdió?
Mamá me mira. No habla. Le cae mucha agua de los ojos."
El llanto de
los abuelos, de su madre, escenas familiares que evidencian un duelo, son
señales para que el lector comprenda la magnitud de la tragedia. Pero desde la
protagonista, sólo es posible transitar por su desconcierto, su imposibilidad
de comprender lo que ha ocurrido con un texto definitivo. Las mudanzas que
comienzan a sucederse no son traducidas, y se muestran como arbitrariedades que
la enojan y la entristecen. La información sobre la muerte de su padre llega a
medias: un accidente, se le paró el corazón. La madre amortigua el dolor con
una explicación religiosa que intenta sostenerla en la pérdida:
"Mamá dice, cuando te morís, el cuerpo no sirve
más. Ahora papá nos mira desde el cielo. Dice, no lo vamos a ver más
pero él sí nos ve. Desde el cielo."
Su
permanencia en una pequeña casa junto al mar se convierte en una construcción
reparadora que se verá interrumpida con un nuevo traslado a Buenos Aires. La
fantasía de la niña coloca al mar como el sitio de encuentro con el padre y
aquí el lector encuentra una pieza fundamental en el armado de la historia.
La segunda
parte titulada "La historia" despliega los detalles que van surgiendo
de boca de la madre en la medida que la niña, ahora más grande, le va
planteando preguntas más detalladas. La curiosidad se vuelve exigencia, y
lentamente el diálogo entre las dos amplifica el texto acotado, los fragmentos
se reúnen en un nuevo discurso que contiene al que ya el lector conoce, pero
los datos puntuales tienen agregados que permiten conocer las causas y el
contexto singular de la desaparición de una persona en una fecha exacta, 1974,
y responsables nominados, las bandas parapoliciales de la Triple A.
El relato
incluye el pasaje del secuestro que retuvo a la madre durante un período en
calidad de detenida-desaparecida en 1976. Con dificultad pero con sencillez
brota el paisaje de esa detención: la tortura, las humillaciones, los ojos
vendados en el "pozo", como se denominaban las celdas en las que
transcurrían los días de los detenidos que luego fueron en su mayoría,
desaparecidos.
La niña se
entrega a la voz de la madre y el relato la conmueve como si no le
perteneciera. La serpiente, un juguete precariamente confeccionado con trozos
de tela durante el cautiverio de su mamá, cobra vigor, es símbolo del amor y la
esperanza de recuperación de un tiempo perdido.
"—Me dieron los pedazos de tela, una aguja y un hilo
rojo. Se me ocurrió hacerte la serpiente porque era lo más fácil: un tubo
cosido por las puntas, relleno con alpiste..."
Las formas
discursivas cobran tal fuerza de realidad que transforman las palabras en
sonidos, y la ficción induce al lector a convertirse en auditor de la
conversación, en cierta forma en cómplice de las confesiones de la madre. Esta
complicidad se sostiene por la permanente insistencia de que todo lo dicho debe
ser ocultado, es decir, ese texto que estamos leyendo no debe ser confiado a
nadie. En esta segunda parte se refuerza esta inclusión del que lee, como una
invitación a tomar parte en la novela en el rol de un personaje testigo de la
historia narrada. En cierta medida, un cómplice del secreto compartido entre
madre e hija.
Esta manera
singular que ha elegido la autora para producir su novela, nos remite a la
reflexión sobre la cuestión de la memoria que formuló Elizabeth Jelin, en
agosto del año 2000:
"¿Qué
importa de todo esto para pensar sobre la memoria? Primero, importa el tener o
no tener palabras para expresar lo vivido, para construir la experiencia y la
subjetividad a partir de eventos y acontecimientos que nos chocan. Una de las
características de las experiencias traumáticas es la masividad del impacto que
provocan, creando un hueco en la capacidad de "ser hablado" o
contado. Se provoca un agujero en la capacidad de representación psíquica.
Faltan las palabras, faltan los recuerdos. La memoria queda desarticulada y
sólo aparecen huellas dolorosas, patologías y silencios".
La tercera
parte que se titula "La decisión", presenta a la protagonista
provista de un desenfado lingüístico que la impulsan a formular apreciaciones
sobre su historia, su madre, y la escuela, en términos que definen el pasaje de
la niñez a la adolescencia. El discurso corresponde efectivamente a una
adolescente en rebeldía contra el sistema escolar, las formalidades y las
exigencias que plantea un adulto:
"¿A
quién quiero engañar? ¡Si es un embole! Pero la redacción ¿por qué no eligió a
la vaca que es tan bonita? Se me ocurren mil cosas sobre las vacas. Encima hay
que leerla en el frente. Está loca la profe bueno ¿ella qué sabe? Ni se debe
imaginar que tiene a una hija de desaparecidos en la clase pero ¿por qué? ¡Ni
que fuera la única! Seguro que hay otros"
Del balbuceo
de la primera parte, llegamos a esta locución compleja, fresca, autónoma y con
rasgos paródicos de las típicas producciones escritas en el ámbito escolar. Es
posible calcular que el tiempo ha pasado no solamente para la niña de la novela,
sino para la sociedad en su conjunto que va armando también en un penoso
proceso la reconstrucción de la memoria. Y es en este momento de la novela que
el lector puede despejar finalmente todas sus dudas porque habrá un tránsito
del silencio a la verdad.
A modo de
desenlace aparece la carta, ese trabajo de redacción que una profesora le pide
porque es "24 de marzo", fecha clave en la historia de la Argentina.
El texto aparece escrito en un papel que tiene renglones como las hojas
habituales de una carpeta de estudiante. La escritura vuelve a resignificar la
totalidad de la novela, que es finalmente eso, la historia de una escritura que
se autoproduce y se va cargando de sentido página a página hasta llegar a la
verdad sospechada que ahora es enunciado histórico:
"Hoy nos faltan 30.000 personas con nombre y apellido.
30.000 es un montón de gente."
30.000 es un montón de gente."
Ahora es
posible comprender la relación mar/serpiente, en un presente que puede
contener el pasado, y al mismo tiempo prefigurar lo que vendrá. La función de
la escuela como el lugar posible en el que se den cita los hechos históricos
posibilita cierta forma de reparación para la protagonista porque se incluye en
un acontecer colectivo y deja atrás la clandestinidad y el silencio que la
habían definido en un terreno de dolor individual y personalizado. Similar
proceso recorrerá el lector adolescente: el conocimiento de la verdad que
revela la novela es también su propio recorrido. Emergerá del rompecabezas con
un mapa semántico cargado de significados.
Este final coloca
la escuela en un rol decisivo: transmitir la verdad histórica, posibilitar el
diálogo, el debate, la comunión con los que más padecieron la criminalidad en
tiempos de la dictadura militar en Argentina (1976-1983). Sobre esta función
educativa de las instituciones escolares opinó el conocido teórico del campo
literario Tzvetan Todorov:
"...que
la historia se escriba, que las instancias políticas tomen posición sobre estas
cuestiones, que los manuales escolares, los sitios oficiales de conmemoración
reflejen el pasado reciente: ahí sí creo que hay un buen camino. Un pueblo
tiene que poder hacer frente a su pasado"
La novela de
Paula Bombara tiene un campo de recepción muy amplio entre los jóvenes que hoy
se interesan por encontrar en la literatura testimonios de aquello que fue
velado, ocultado. Las voces que la autora logró construir, son eficaces porque
apelan a lo más hondo de la condición humana y no intentan traspasar la
conciencia del Otro. Una virtud en el texto para ser recuperada es —exactamente—
el respeto por el receptor y la prevalencia de lo afectivo y lo ético por
encima de las controversias racionales de los hechos históricos.
Lidia Blanco